» Yo envié mis naves a luchar contra los hombres, no contra las tempestades».
En el tomo XIV de la “Historia General de España”, escrita por Modesto Lafuente en 1869, podemos leer en boca de Felipe II al serle anunciada la derrota de la Gran Armada:
“Yo envié mis naves a luchar contra los hombres, no contra las tempestades. Doy gracias a Dios de que me haya dejado recursos para soportar tal pérdida: y no creo importe mucho que nos hayan cortado las ramas con tal de que quede el árbol de donde han salido y puedan salir otras”
Modesto Lafuente, historiador que no dudó en anteponer su carácter romántico a la veracidad de los hechos durante toda su obra, echó aquí de nuevo mano de sus dotes literarias.
De hecho, su obra «Historia General de España» (de 6 tomos y 30 volúmenes) no es más que una “inspiración” de la francesa “Histoire d’Espagne” (París, 1839) de Charles Romey, escrita en nueve tomos y que Modesto quiso, por así decirlo, emular.
Por su gran difusión, esta obra se convirtió durante años en una referencia de la historiografía española y en sus páginas abundan muchos de los tópicos españoles que se han arrastrado hasta hoy en día, como es el caso de esta manida frase.
Lo cierto que, mucho antes que él, un tal Juan Pérez de Montalbán ya había puesto por primera vez esta sentencia en boca de Felipe II.
Juan Pérez de Montalbán (Madrid, 1602-1638), notable escritor, filósofo, doctor en Teología, discípulo predilecto de Lope de Vega, enemistado de Quevedo y uno de los autores más macabros, incestuosos y rebuscados del Siglo de Oro español ya había puesto en boca de Felipe II la frase «Yo la envié contra hombres / no contra mares y vientos», concretamente en su obra “El segundo Séneca de España”, una comedia en dos partes.
Esta obra, de fecha incierta y que conocemos por ediciones posteriores, se llegó a subtitular después como “Dichos y sentencias de don Felipe segundo el prudente: comedia famosa del doctor Iuan Perez de Montalvan”.
De tal manera que la primera referencia que tenemos a esa frase de Felipe II es parte de una comedia del siglo XVII, que luego retomó un historiador del siglo XIX y que, casi con toda probabilidad, nunca dijo Felipe II.
Todos sabemos que Felipe II, eterno burócrata, si hubiese querido decir tal cosa, la hubiese dejado por escrito, firmada y archivada. ¡Menudo era!